Conducimos lo más lejos que pudimos hasta no ver más personas y llegamos a la playa
sin mayor problema. El carro estaba intacto y como Mario parecía mucho mayor que
nosotros ningún policía había sospechado nada. Cuando vimos el mar al frente no nos
importó descargar las cosas. Hicimos una carrera hacia el agua, mientras que Lucía y las
demás chicas acomodaban sus toallas para echarse a tomar sol.
-Felipe, dicen que ya te hiciste a Sofía.
-¿Cómo? Si este pata es mariconazo.
-No, aún nada.
A las cinco empezamos a armar las carpas. Mario prendía la fogata, Daniela y Sofía hablaban
de moda y Lucía, tan ella, rodeaba la orilla del mar con los pies descalzos y un pareo como
capa, tarareando una canción de Silvio, de esas tiernas y fuertes.
-Oye, Tito, apúrate con eso.
-Ya va.
Ya caída la noche, y con todo el ron que le habíamos robado al papá de Mario, iban y venían
las risas con algunos chistes de Felipe. Nos moríamos de risa de las estupideces que decía. Era
eso, o quizá la hierba de Carlitos. Contábamos cuentos de terror, trampa perfecta para
aprovecharnos del miedo de las chicas, menos una. Lucía se había ido.
-Está en el carro. De paso trae mi casaca, pues.
-¿La llave?
-Lucía la tiene, que te abra.
No fue hasta ese momento que me di cuenta de lo lejos que estaba el carro de nuestro
campamento.
Llegué al carro y no vi a Lucía en él. Tuve una extraña decepción de no encontrarla ahí, así que
me puse a buscar con la linterna. Pasó media hora de la que no recuerdo mucho, solo a mí
caminando y pensando en lo tanto que odiaba a Mario por estar con ella. Volví al campamento
para ver si estaba ahí y nada. Me quedé dormido hablando con Carlitos, estaba realmente
cansado aunque no sabía de qué.
Me desperté dentro de la carpa de un golpe al sentir que alguien me acariciaba la cara. No
podía ver casi nada pero distinguí el olor a coco del cabello de Lucía. Ella se acercó lentamente
hasta mis labios y comenzamos a besarnos.
-¿Dónde estabas?
No me respondió, pero qué importaba, ahora estaba conmigo y todo estaba más que bien.
Lucía estaba llena de lágrimas, le tuve que limpiar los ojos. Luego de un rato los besos se
convirtieron en caricias, las caricias en piel desnuda y Lucía en lo más bello del mundo.
-Me haces daño.
-Perdón.
Creo que la golpeé un poco, fui torpe, nunca lo había hecho y no podía ser de otra forma. Me
preocupé por si Mario se enteraba de lo que hacía yo con su novia en la carpa, pero luego me
olvidé de eso.
-Te va a matar, ya verás.
-¿ Y tú se lo dirás? Porque antes tendría que matarte, ¿sabes?
Bromeamos mucho. De vez en cuando tenía que taparle la boca para que no nos descubrieran.
Jugué un poco con su cabello rizado y me quedé dormido.
A la mañana siguiente, me levanté por los gritos de Sofía y sin Lucía al costado. Salí corriendo
de la carpa para ver qué pasaba y estaba Daniela pálida en el piso con Felipe tratando de
ayudarla. Los demás estaban en la orilla del mar rodeando un cuerpo.
Corrí donde estaban todos. Era Lucía. Estaba tirada en la orilla, llena de arena, de color azul y
los ojos blancos. Su falda estaba manchada de sangre y tenía golpes por todos lados. Mario
Parecía muerto en vida. Yo, recordando todo lo que en verdad había sucedido la noche
anterior y aprovechando el no haber sido visto, me alejé hacía la carretera y empecé a correr.
Entonces vi las manchas de sangre en mi ropa, un montón de cabellos rizados enredados en
mis dedos, los rasguños en mis brazos con el esmalte azul de las uñas de Lucía. Solo me
quedaba un intento iluso de sacar desesperadamente las imágenes de ella, así, en el agua, con
mis manos en su cuello, luchando asustada por su vida.
SAAWARIYA
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